El tiempo se agotaba, y la campaña tenía que estar terminada antes de que los directivos de Ludicum, el famoso bufete de abogados, llegase a las oficinas de New Gate Technologies. Emilio tenía una larga noche por delante.
Emilio era un experto en SEO. Siempre le fascinó el marketing y aunque se movía con soltura en otros entornos digitales, siempre había tirado hacia ese sector. Normalmente ya habría terminado la campaña hacía horas, pero el accidente que se produjo días atrás le había estado quitando el sueño últimamente y las musas, que siempre parecían estar de su lado, no le visitaban desde hacía tiempo. En otra empresa habría pedido ayuda, pero no en New Gate Technologies. Estaba donde siempre había querido estar y no iba a permitir que nadie pensara que no estaba a la altura.
Observó los gráficos de la pantalla, esperando que éstos le mostrasen el camino a seguir. Sin embargo, desde la muerte de Carlos, la atmósfera en la oficina había cambiado. No era sólo que cuando había que tirar de código ya no podía contar con los conocimientos de su difunto compañero, o que algunos de sus colegas mirasen a Emilio como si tuviese algo que ver en la muerte de Carlos. Era como si el aire pesase, un ambiente irrespirable que impedía a Emilio concentrarse como siempre había hecho.
Emilio tenía la mente embotada, pero no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. De repente, su ordenador emitió un pitido inusual y un mensaje apareció en su pantalla: «Nuevo mensaje de: Carlos». Emilio sintió un escalofrío. Carlos le había enviado muchos correos en vida, por lo que este mensaje póstumo no sería demasiado sorprendente de no ser porque hacía dos semanas asistió al entierro de Carlos. Abrió el correo electrónico. No especificaba asunto ni había texto. Tan solo encontró un enlace. Todo el mundo sabe que no hay que pinchar en un enlace que genere dudas, pero en este caso el remitente era su excompañero y la curiosidad se impuso a la prudencia.
Al hacer clic la pantalla parpadeó y, de repente, se encontró sumergido en un entorno digital oscuro y laberíntico. Él sentía que su cuerpo seguía delante del ordenador y que su mano izquierda tocaba el teclado mientras la derecha seguía controlando el ratón, pero no estaba allí.
Las secuencias binarias flotaban a su alrededor como espectros. Emilio miró hacia arriba y en la parte derecha descubrió la equis destinada a cerrar la pestaña. Intentó cerrar la ventana del navegador, pero el sistema no respondía. De repente, de entre el código, emergió una figura fantasmagórica: era Carlos, pero su apariencia era espectral y aterradora.
Emilio retrocedió. Su corazón latía con fuerza.
— Bienvenido a mi creación, Emilio— resonó una voz fría y distante, —. Mi muerte no será en vano. Te llevaré a mi infierno, un lugar que creé para todos vosotros. Bienvenido a la deep web. Tu alma, y el de todos los clientes de New Gate Technologies se quedará atrapada para siempre.
— Carlos, ¿qué es esto? ¡Déjame salir de aquí!
Carlos rio. Su risa sonaba hueca y sin vida.
— Este es mi reino ahora, y tú eres mi súbdito. Yo era el mejor programador, y tú lo sabes; sin embargo, no hiciste nada para apoyarme con mis ideas frente a José y David. Hoy todos descubriréis lo bueno que era. Podrás sentir la desesperación que yo mismo sentí antes de morir.
La pantalla se volvió aún más oscura. Una fuerza invisible arrastraba a Emilio hacia el abismo digital. Emilio sabía de la habilidad de Carlos, pero éste no conocía el oscuro pasado de Emilio. Debía encontrar una manera de escapar de esta trampa mortal, y aunque hacía años que no ejercía como tal trató de condensar en el menor tiempo posible sus años como cracker.
— Código, hacks, puerta trasera ¡piensa, piensa! — se decía Emilio
Sus dedos se movían frenéticamente sobre el teclado. Emilio intentaba adivinar donde podría estar el servidor en el que Carlos quería mantenerlo atrapado. Aunque al principio estaba oxidado, el código comenzó a fluir. El troyano ya estaba en su cabeza, sólo hacía falta plasmarlo rápidamente, infiltrarse y destruir el sistema desde dentro antes de ser absorbido por el programa desarrollado por Carlos, y todo ello sin cometer ningún error. Hacerlo todo perfecto y en tiempo récord. Era el día a día en New Gate Technologies.
— Crea tu campañita, Emilito. Todo el mundo se enterará de lo que ha pasado, pero tú te quedarás aquí — dijo Carlos.
— Mis campañas siempre dan resultado, Carlos — respondió Emilio con determinación.
Por fin consiguió acceder al servidor donde estaba alojado el programa creado por Carlos. Tal y como pensaba era uno de los muchos servidores que tenía New Gate Technologies. Encontró la puerta trasera del programa y consiguió subir su troyano en el sistema. Presionó Enter y esperó.
La pantalla parpadeó violentamente.
— ¡No00oOo! — gritó Carlos con la voz distorsionada que produce un programa informático dañado.
La figura de Carlos se retorció y comenzó a desintegrarse. Emilio sintió que la fuerza que lo arrastraba disminuía. El troyano de Emilio se infiltró en la estructura creada por el código oscuro de Carlos, desmoronándola desde dentro.
Emilio abrió los ojos. Estaba en la oficina, jadeando y empapado en sudor. La computadora estaba apagada, pero la sensación de peligro persistía. Sabía que había logrado destruir el programa maldito, pero la presencia inquietante de Carlos seguiría atormentándolo o, ¿tal vez había sido un sueño?
Se levantó y salió de la oficina, decidido a no volver a trabajar hasta tan tarde nunca más. Mientras caminaba por los pasillos oscuros de la empresa, pensaba en la frágil línea entre el mundo digital y el real. ¿Es más auténtico el mundo digital que el mundo real? Al fin y al cabo, ¿qué es el cerebro humano sino una computadora con un lenguaje de programación poco conocido? Y, si esto es así, el mundo de los sueños ¿en qué plano queda?
Eran pensamientos demasiado abstractos para el momento que esta viviendo. Lo que sí tenía claro es que el miedo había sido tan real como el aire que entraba a sus pulmones o el correo electrónico enviado por Carlos que aparecía como leído al comprobar su teléfono móvil.
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